Primeros estudios
El aventurero y etnógrafo Thor Heyerdahl defendía la idea de que las islas de la Polinesia fueron pobladas por indios americanos que navegaron desde Perú hacia el oeste.
En 1947 hizo un viaje de 4000 millas desde Perú que duró 102 días, hasta llegar al archipiélago Tuamotu.
Pues sostenía que los navegantes americanos eran blancos caucásicos que habían construido la ciudad de Tiahuanaco a 3800 metros de altura en los Andes.
Ellos habían viajado 2000 millas hacia la isla de Pascua donde erigieron cientos de gigantescas estatuas de piedra que representaban a los crueles y desdeñosos antepasados caucásicos.
Las famosas estatuas de la isla de Pascua no fueron esculpidas por una raza olvidada que quedó sumergida por un gran cataclismo.
Ningún hundimiento geográfico se produjo allí, sino que se formó por erupciones volcánicas y está rodeada por un abismo de 1145 brazas de profundidad que se extiende por 16 kilómetros.
Otro argumento sostiene que sus colonizadores llegaron de la Polinesia. Para descubrir la remota isla de Pascua habrían debido derivar casi hasta la Antártida a fin de encontrar la corriente meridional y evitar la corriente de Humboldt que fluye hacia el oeste.
En la isla existen diferentes grupos de estatuas
Doscientas setenta y seis hacen guardia en las laderas del volcán; trescientas están derribadas sobre los ahus que rodean los altos acantilados de la isla, otras están a lo largo de antiguos caminos, y 80 quedaron sin terminar.
Estos grupos son diferentes; algunas que estuvieron montadas sobre plataformas funerarias son bustos enormes, sin piernas y a veces alcanzan a 10 metros de altura y 7,6 metros de circunferencia y pesan 20 toneladas; tienen un cilindro, un rojo copete de 1,8 x 2,4 m y se supone que estos “sombreros” fueron extraídos del cráter del volcán Rano Roi.
Se diferencian de las otras por tener los ojos abiertos y estar mirando a la tierra, de espaldas al mar. Las estatuas que aterran son las que están en las laderas del Rano Raraku.
Sus narices se vuelven hacia arriba y sus delgados labios se proyectan hacia adelante en un gesto de burla y desdén.
Carecen de ojos y las proyecciones descendentes a los costados pueden representar orejas alargadas o una prenda para la cabeza.
Tienen entre 5 y 8 metros de altura, la más grande es de veintidós metros y la más pequeña de tres. Tres investigadores notaron estilos distintos que suponen dos períodos de construcción.
¿Cómo fueron transportadas y erigidas?
Este es un enigma para el que no se ha encontrado ninguna respuesta satisfactoria. Los isleños carecían de madera (si se pudiera pensar en posibles rodillos) y cuerdas de izar.
Aún más oscura es la cuestión del modo en que se erigieron los copetes sobre las cabezas de las estatuas.
Tanto las leyendas de los isleños como los estudios realizados son insuficientes para identificar a sus constructores.
A lo sumo se puede decir que esas estatuas tienen cierta afinidad con las de Perú, aunque hay otros elementos de la cultura peruana que eran desconocidos en la isla de Pascua.
El quid del problema parece residir en el repentino cese de la construcción de las estatuas después de las masacres de las Orejas Largas.
La verdadera historia de la isla probablemente se perdió en 1862 cuando los hombres que entendían las tabletas de Rongo-Rongo, y que habían memorizado las tradiciones orales, fueron llevados a Perú.
25 años más tarde la isla pasó a dominación chilena.
Las leyendas nos dicen que…
“En dos piraguas, el rey Hotu-Matua vino a la isla de Pascua. Desembarcó en Hanga-Roa, pero dio a esta bahía el nombre de Anakena porque era el mes de julio. El país del rey Hotu-Matua se llamaba Maorí en el continente de Hiva. El lugar donde vivía se llamaba Marae-Rena… El rey vio que la tierra se hundía lentamente en el mar, entonces reunió a su gente y los repartió en dos grandes piraguas. El rey vio que el cataclismo se acercaba y, cuando sus dos embarcaciones alcanzaron el horizonte, se percató de que la tierra había desaparecido completamente, excepto una pequeña parte llamada Maorí”.
Otra leyenda dice:
“La tierra de la isla de Pascua era una tierra mucho más vasta, pero a causa de las faltas cometidas por sus habitantes, Uoke la hizo bascular y la quebró con una palanca…”
Toda la leyenda de la isla parece dividida en dos razas, antes de Hotu-Matua, los Hanau Momoko y los Hanau Eepe, que han sido llamados “los hombres de orejas cortas y orejas largas”, aunque la interpretación más correcta parece ser “hombres débiles y hombres fuertes”.
El cronista de Roggeween escribe:
“Algunos tenían las orejas que les pendían hasta los hombros, y había quien llevaba en ellas dos bolas blancas como señal de gran ornato”.
Las leyendas siguen
“Los primeros habitantes de la isla son supervivientes de la primera raza del mundo. De color amarillo, muy altos, de brazos largos, tórax poderoso, enormes orejas pero sin lóbulo relajado, pelo rubio puro, cuerpo lampiño y brillante. No conocían el fuego. Esa raza existía antaño en otras dos islas de la Polinesia. Vinieron en barco de una tierra situada detrás de América. Pese a las rivalidades entre las razas, se casaban frecuentemente con mujeres de la otra tribu, lo cual creaba nuevas alianzas. Nadie podía acercarse al rey ni hablarle sin haber pedido previamente una audiencia a su servidor llamado Tu’ura. Nadie podía tocarle, y los objetos que el rey poseía eran sagrados, sobre todo, su cabeza era sagrada. Lucía una abundante cabellera y nadie podía cortarle el pelo. El carácter sagrado de la cabeza, y particularmente el pelo, considerado como receptor y emisor de fuerza”.
Ellos creían en el “Mana”, nombre polinesio que expresaba fuerza y poder concentrados, que algunos individuos poseen y pueden utilizar, y que también atribuyen al traslado de los moais.
Aún pueden verse, en ese pedazo de tierra, quinientos gigantes que hablan de una civilización fabulosa, de fascinantes secretos…
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