¿Se trata solo de una mera coincidencia o acaso existe una motivo, oculto o no, detrás de ello?
Erosión natural
Varios arqueólogos que han tratado el tema sugieren que la erosión constituye una de las causas principales. Por las cuales las estatuas son desprovistas de la nariz.
Los vientos severos, la arena movediza, las dunas, el agua, y miles de años de manos y pies tocando materiales relativamente delicados como el mármol y la piedra, sin duda generan una dosis considerable de daño.
Muchas de las estatuas han sido expuestas a estos elementos durante muchísimo tiempo, y otras han sido sepultadas bajo toneladas de tierra.
Normalmente son las extremidades —como los brazos, las piernas y, también, la nariz— las primeras en desaparecer.
Intervención humana
El vandalismo es otro factor de por qué este fenómeno se manifiesta tan frecuentemente.
Un ejemplo reciente, fuera de Egipto, es la estatua del famoso filósofo Aristóteles que le da la bienvenida a los visitantes en la entrada del ancestral sitio de Aso (Misia), en Turquía.
La estatua del fundador de la primera escuela de filosofía fue inaugurada en 2009 y poco después, en 2015, fue vandalizada. Su mano derecha fue removida y su rostro parcialmente desfigurado.
También cabe destacar que los arqueólogos del siglo XIX y principios del XX carecían de los delicados instrumentos y procedimientos que tenemos hoy en día. Y, en la carrera frenética por descubrir algo que los hiciera famosos, cometieron varias atrocidades en contra del arte antiguo.
Desde luego, la religión también tuvo gran parte de la culpa. Cristianos, judíos, musulmanes e integrantes de otras religiones han tomado parte en innombrables actos de vandalismo a través de los siglos.
En el caso específico de Egipto, basta con recordar la destrucción de toda mención y arte referente a Akenatón. El «faraón hereje» que se atrevió a dejar de lado el politeísmo y cambiarlo por la creencia en un solo dios.
Racismo
De acuerdo a algunos expertos, existieron intentos deliberados por parte de los primeros egiptólogos por ocultar que el Antiguo Egipto pertenecía a la cultura africana.
Vivant Denon, considerado como gran precursor de la museología, la historia del arte y la egiptología, viajó y registró su viaje al país de los faraones con gran detalle. Y escribió lo siguiente sobre la Gran Esfinge de Guiza y sus rasgos negroides:
“Aunque sus proporciones son colosales, tiene detalles muy delicados y elegantes; la expresión del rostro es sublime y tranquila; los rasgos son africanos, la boca de labios gruesos tiene una delicadeza verdaderamente admirable en su ejecución: es carne y vida.
El arte debió estar en su pico más alto en el momento que este monumento fue erigido.
Si vamos a juzgar a la cabeza por lo que llaman estilo, es decir, las líneas marcadas y fuertes que le dan expresión a las figuras bajo las cuales los griegos representaron a sus deidades, se puede decir que suficiente justicia se le ha hecho en la refinada simplicidad y carácter natural con el cual es mostrada esta figura.”
Vivant Denon
No obstante, esta teoría falla en explicar por qué tantas estatuas griegas y romanas han sido desnarigadas y desmembradas de igual manera.
Dado que histórica, arqueológica y científicamente se ha demostrado que los griegos y romanos tenían un origen europeo (caucásico), difícilmente el racismo haya sido motivo suficiente para romper intencionalmente la nariz de la gran mayoría de las estatuas.
Humillación
Como hemos dicho, desfigurar las estatuas de monarcas anteriores con el objetivo de borrar o disminuir su legado, privándolos de la inmortalidad material y condenándolos al olvido, era una práctica común en las últimas dinastías egipcias.
Es la conocida Damnatio memoriae que realizaban los romanos y que se traduce como "condena de la memoria".
En estos casos, la remoción de la nariz iba acompañada de un daño más extensivo al rostro y al cuerpo. Como así también la destrucción de inscripciones y símbolos que hicieran referencia al personaje representado en la estatua.
En conclusión, no existe un solo motivo por el cual faltan tantas narices en las estatuas egipcias. Y, en muchas ocasiones, varias de estas explicaciones se pudieron dar en un mismo tiempo y espacio.
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