H.P. Lovecraft y los monstruos de su mente


Autor de una mitología poblada por extraterrestres primigenios, dimensiones ignotas, viajes en el tiempo y monstruosidades psicológicas.

H.P. Lovecraft es considerado el padre del horror cósmico, un subgénero del terror que rompió con muchos paradigmas. 

Pero ¿cómo fue el entorno que creó las condiciones para el crecimiento del hombre y su obra? 

«La más antigua y fuerte emoción de la humanidad es el miedo, y el miedo más antiguo y más fuerte, es el miedo a lo desconocido».

H.P. Lovecraft

Infancia de H.P. Lovecraft

El 20 de agosto de 1890, en Providence, Rhode Island, vino al mundo el padre del horror cósmico, Howard Phillips Lovecraft.

El hombre que hizo del miedo una constante en su vida y en su obra, la misma obra que de manera póstuma fue insertándose cada vez en la cultura popular y cuya influencia se manifestó en el arte, la literatura y el cine de buena parte del siglo XX y perdura en el presente siglo. 

El pequeño Howard nació en el seno de una tradicional familia de Nueva Inglaterra. Sus ancestros habían llegado a América durante el período colonial y podían rastrearse hasta el establecimiento de la provincia de la bahía de Massachussets. 

A los años de crianza homogénea que recibió de su abuelo, hubo que sumarles hechos que marcarían a cualquier niño. 

Los padres de H.P. Lovecraft

En 1893 su padre, Winfield S. Lovecraft, quien trabajaba como viajante para la firma de joyeros Gorham & Co., empezó a exhibir signos de psicosis y tuvo que ser internado en el Hospital Butler, una institución psiquiátrica en Providence, donde fallecería cinco años más tarde. 

Howard supo que su padre había caído en un coma irrecuperable, pero la evidencia apunta a que en realidad murió a causa de una neurosífilis sin tratar. 

La madre de Lovecraft

Su madre, Sarah Susan Phillips Lovecraft, también demostró un comportamiento extraño. 

Llegó a decir que su sueño había sido tener una hija, motivo por el cual durante los primeros años vistió a su hijo con ropas femeninas y le dejó crecer unos largos rizos, hasta que su propio padre, alarmado, se los hizo cortar. 

Susan no tomó nada bien la situación, se puso a llorar, y pasó el resto de su vida diciéndole a su hijo que no debía salir durante el día porque él era «horrible» y podía «asustar a los vecinos». 

Como si esto fuese poco, la rígida y tradicional visión del mundo familiar lo alejaba de otros niños que no tuviesen padres con la misma carga histórica, fortuna, religión y color. 

En una época en la cual los prejuicios y la discriminación abundaban, Lovecraft recibió desde muy temprana edad y, quizás, con más fuerza de lo habitual, la noción del miedo al otro y la desconfianza hacia todo aquello que es distinto. 

Lovecraft y su abuelo Phillips

Ante el horror del mundo exterior, fue un niño que se replegó en el suyo propio. Y ante la falta de compañeros de juego, su abuelo procuró alimentar el amor de su nieto por la lectura y las historias: a los tres años ya leía y a los seis componía poemas.

A sus lecturas de las Mil y una noches, La Ilíada y La Odisea, sumó los gustos personales y las narraciones de horror gótico del abuelo Phillips. 

De todos los mundos que su imaginación infantil visitó a través de los libros, ninguno fue tan profundo y duradero como el de las historias de las Mil y una noches

En una carta, dirigida a Harry O. Fischer, fechada a finales de febrero de 1937, H.P. cuenta hasta qué punto esa gema de la literatura marco su obra: 

«El nombre “Abdul Alhazred” fue concebido para mí por algún adulto (no puedo recordar quién) cuando tenía cinco años y estaba ansioso por jugar a ser un árabe, luego de leer las Mil y una noches. Años más tarde pensé que sería divertido usarlo como el nombre del autor de un libro perdido. El nombre Necronomicón… se me ocurrió, por supuesto, en un sueño». 

H.P. Lovecraft

Lovecraft y las visiones o pesadillas

La mente del niño que fue Lovecraft unía y conjuraba los elementos de su día por las noches, en nuevas y aterradoras visiones. 

«Cuando tenía seis o siete años, solía verme atormentado constantemente por un tipo peculiar de pesadilla recurrente, en la cual una monstruosa raza de entidades (llamada por mí ‘night-gaunts’ —no sé de donde saqué ese nombre—) me atrapaba [y] me llevaba volando… Sin dudas derivé la apariencia de las criaturas de una memoria embrollada de los dibujos de Doré (en gran medida de las ilustraciones del Paraíso pérdido) las cuales me fascinaban durante mis horas de vigilia». 

H.P. Lovecraft

Años más tarde estos seres alados con un vacío en lugar de rostros, enroscados cuernos y largas colas, aparecerían en un poema que lleva su nombre y en La búsqueda en sueños de la ignota Kadath y se convertirían en una de los más icónicas especies de su imaginario. 

Entre sueños y textos, el único compañero que siguió diligentemente al autor en su niñez fue su mascota, un gato al que llamó «hombre negro». 

No asombra que su cuento Las ratas en las paredes tenga a un gato con el mismo nombre, cumpliendo un importante papel. 

La fascinación por los felinos también está presente en Los gatos de Ulthar y en Gatos y perros

Quizás como los egipcios, una parte de Lovecraft nunca pudo evitar —a pesar de la racionalización— ver al felino como un guardián, un protector entre lo que hay en este mundo y los otros. 

Lovecraft y la escritura

Así como sus habilidades sociales se resintieron a causa de haber recibido una crianza tan particular, lo mismo ocurrió con su escolaridad. En su niñez sólo asistió a la escuela durante un año. Pese a que aseguró toda su vida haberse graduado de la secundaria, una crisis nerviosa le imposibilitó concurrir a recibir su diploma. 

T.S Joshi, su mejor biógrafo, ha sugerido que el hecho pudo deberse a que las dificultades de Lovecraft con las matemáticas le imposibilitaron seguir estudios de astronomía, lo que él fervientemente deseaba. 

En vez de eso pasó los cinco años siguientes en un estado de semi reclusión junto a su madre, mayormente escribiendo poesía. 

Al parecer no tuvo intenciones de publicar sus escritos hasta que un debate epistolar donde participó, en la revista The Argosy, capturó la atención Edward F. Daas, presidente de la United Amateur Press, quien lo invitó a sumarse a esa organización. 

Gracias a esto Lovecraft hizo contacto con Robert Bloch, Clark Ashton Smith y Robert Howard, entre otros, y comenzó a escribir para revistas pulp. 

Sonia y Lovecraft 

En 1919, Susan Lovecraft fue internada en el hospital donde años antes había sido recluido su esposo por lo que fue descrito como «histeria y depresión». 

Dos años más tarde falleció y fue justamente poco después de su deceso que su hijo conoció a Sonia Greene. 

Sonia reunía cualidades y características que inquietaban a la familia de H.P. Era inmigrante, había nacido en Ucrania, ya había estado casada, tenía una hija, era siete años mayor que Lovecraft y era judía. 

Como si esto no bastara para escandalizar a una familia conservadora, Sonia además era una mujer de negocios independiente que manejaba su propio dinero y viajaba por el país asistiendo a conferencias y convenciones literarias. 

Lovecraft y su matrimonio

No es de extrañar que el día de su casamiento, en 1924, no asistiera ni un solo familiar por parte del novio. 

El matrimonio duró dos años. Pero Lovecraft nunca completó los trámites de divorcio. Sonia volvió a casarse mientras quien ella creía era su ex marido seguía vivo. 

A su pesar, Sonia fue, en la práctica, la viuda de Lovecraft, aunque nunca hizo valer sus derechos debido a la apretada situación en la que H.P la había puesto. 

La historia de Sonia y H.P fue corta pero no deja de ser un tema sobre el que se ha escrito mucho. La misma Sonia, en su obra The Private Life of H.P. Lovecraft, nos da cuenta de los hábitos de quien fuera su pareja, antes de que tuviesen que separarse —cuando ella decidió dejar la costa Este, debido a dificultades económicas, para buscar mejor suerte en California, y él no tuvo intenciones de seguirla—. 

Lovecraft y el miedo al mar 

De todos los miedos, de todos los terrores que la mente de Lovecraft fue capaz de imaginar, ninguno tuvo un papel tan central en su legado literario, como el miedo al mar. 

El mar y el vasto espacio cósmico fueron los grandes desconocidos que Lovecraft pobló de horrores. 

Su relación con los océanos fue más visceral. Ese miedo tomó una clara forma en El horror de la playa Martin, escrito junto a Sonia Greene y en su historia más famosa, La llamada de Cthulhu

El autor le confesó a un amigo: 

«He odiado al pescado y temido al mar, y a todo lo que este conectado con él, desde que tenía dos años». 

H.P. Lovecraft

Así como en el cristianismo el olor a podredumbre o azufre está asociado con la presencia del Mal, cada vez que Lovecraft hablaba de aromas a pescado o frutos del mar que hacían perder la cordura o descomponían a sus protagonistas, invariablemente se trataba de aquellos que a él también le disgustaban. 

A diferencia de su precursor, William Hope Hodgson, quien fuera marino mercante, el mar en Lovecraft no es simplemente un lugar donde pueden habitar los horrores, sino que es el horror mismo. 

En menor medida, aunque no menos importante, el otro gran desconocido que lo inquietaba era todo aquel fuera diferente.

Sus prejuicios y su racismo se pueden ver claramente en el ya citado Perros y gatos como también en un poema cuya lectura no necesita recurrir al miedo para ponernos los pelos de punta, en uno de los capítulos de Herber West: Reanimador, en El terrible anciano y en El horror de Red Hook, entre otros. 

Lovecraft y las mujeres

Mención aparte merece su tratamiento hacia las mujeres. Pocas son las féminas que habitan sus historias y menos aún las que adquieren protagonismo. 

En obras tales como El horror de Dunwich y Hechos tocantes al difunto Arthur Jermyn y su familia, la sexualidad está supeditada a ser, mediante la cópula, un vehículo hacia una progenie extraña y peligrosa. 

No por nada Shub-Niggurath es descrita como «la cabra negra de los bosques con sus diez mil retoños». Y es una perversa deidad de la fertilidad, muy adorada por los cultos druidas y bárbaros. 

En El lazo de Medusa, la xenofobia, el racismo y el mundo de lo femenino se entremezclan para dar lugar al personaje de Marceline, hermosa y encantadora, pero que para el autor guarda un secreto que al propio Lovecraft casi le resultaría aún más terrible que un origen sobrenatural. 

También tenemos el especial caso de Keziah Mason, antagonista del relato Los sueños en la casa de la bruja. Aquí nos encontramos ante un personaje que hace gala de una fortaleza que pocos cultistas de los mitos han poseído, capaz de plantarse ante el mismísimo trono de Azatoth, una mujer que maneja la magia, los misterios y tiene la habilidad de comprender sobrenaturalmente las matemáticas, don que posiblemente el propio autor habría llegado a envidiar. 

Hay algo claro: si el miedo más grande es el miedo a lo desconocido, la ignorancia y el temor a todo aquello que es visto como diferente son sus principales alimentos. 

Los mitos no pueden morir 

El diez de marzo de 1937, H.P Lovecraft fue internado en el hospital Jane Brown Memorial, a causa de un cáncer intestinal y aquejado además por terribles dificultades económicas. 

Su sufrimiento acabó el 15 del mismo mes, cuando abandonó este mundo. 

Las penurias materiales le habían causado desnutrición y el suicidio de su amigo Robert Howard lo había dejado triste y perplejo. 

Pero gracias a August Derleth y Donald Wandrei, sus obras comenzaron a difundirse, y hoy en día su influencia se puede apreciar en el cine, el arte, los cómics, los juegos y la literatura. 

En muchos casos, sus continuadores lo colocan como a un personaje más, al lado de Cthulhu y los dioses primigenios. 

Lovecraft convertido en mito

Especialmente revelador es el hecho de que el relato La lámpara de Alhazred lo haya hecho años antes en un cuento escrito en conjunto por Lovecraft y Derleth. En esta obra, el protagonista, un alter ego del propio H.P., descubre, gracias al legado de su abuelo, un artefacto mágico que le permite ver extraños lugares y seres, que primero se limita a contemplar, hasta que, harto de su deteriorada salud, decide dar un paso más y sumergirse en ellos. 

A diferencia del relato, la lámpara no quedó perdida y olvidada. La lámpara de aquel hombre que fue, según Stephen King, «el príncipe oscuro y barroco de la historia del horror del siglo XX», legó su mágica creación a sus continuadores y a sus lectores, nos dejó en la suma de sus temores y tristezas una cosmovisión que sigue creciendo. 

Un mundo que llega a muchos para darles ideas nuevas, para llevarlos a otros lugares, para inspirarlos o asustarlos, para visitar solo o acompañado, cuyo descubrimiento marca un antes y un después. Vasto, amplio y misterioso. Como el mar.


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