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Tema 13: Carlos IV, Crisis de 1808 y Guerra de Independencia


El reinado de Carlos IV (1788-1808)

Los primeros años del reinado: España ante la revolución francesa y el ascenso de Godoy

Carlos IV sucedió a su padre en 1788. 

Al año siguiente estalló la revolución francesa y ello complicó mucho al reinado. 

Entre otras cosas, impedir la entrada en España de las ideas revolucionarias era imposible, y Francia, además, venía siendo nuestro aliado a lo largo del siglo. 

Para España, este momento histórico exigía la presencia de un monarca con ideas y dispuesto a implicarse en las tareas de gobierno. 

Carlos IV, en cambio, no reunía ese perfil y prefirió dejar el gobierno en manos de sus ministros. 

Al principio del reinado gobernó con ministros del reinado anterior (conde de Floridablanca y conde de Aranda), pero pronto fueron eliminados para dar acceso al favorito de la corte, Manuel Godoy. 

Gracias al desmedido apoyo de la reina María Luisa de Parma, Godoy pasó de oficial de palacio (Guardia de Corps) a Teniente General y a Grande de España, y se convirtió en el valido todopoderoso, en el hombre más poderoso del país. 

Su largo gobierno, entre 1792 y 1808, terminó creando tensiones hasta dentro de la misma familia real. En Europa se vivía bajo un clima de guerra contra Francia.

Cuando la guillotina acabó con la vida del rey Luis XVI, en enero de 1793, España se unió a otras naciones europeas para luchar contra Francia. 

Para España, la guerra se desarrolló en dos etapas; la primera, favorable a las tropas españolas, con victorias en la frontera de los Pirineos; la segunda, a favor de los franceses, que reaccionan e invaden Navarra y Guipúzcoa. 

España, derrotada, decidió firmar la paz de Basilea (1795) por la que cedíamos a Francia la parte española (la oriental) de la isla de Santo Domingo.

La alianza con Francia, el desastre de Trafalgar y el final del reinado de Carlos IV

Godoy decidió dar un giro a la política exterior española y pasar a la alianza con Francia. 

Se consideró que persistían las razones por las que se firmaron los Pactos de Familia con los borbones franceses, pero este cambio suponía estar en guerra contra Inglaterra. 

Napoleón, desde 1799, está al frente de los destinos de Francia y ello fue peor para España. 

En efecto, en vez de considerar la alianza con España en un plan de igualdad, Napoleón decidió tratarla como una pieza al servicio de Francia. 

Como resultado de los compromisos firmados con Francia, España declaró la guerra a Portugal (aliada de Inglaterra). 

Conocida con el nombre de Guerra de las Naranjas (por los ramos de naranjas que cortó Godoy en Olivenza y envió galantemente a la reina), el enfrentamiento finalizó con el triunfo español, pasando a España la plaza portuguesa de Olivenza (1801). 

Más adelante se reanudó la guerra entre Francia e Inglaterra y Napoleón decidió hacer uso de las fuerzas navales de España para, unidas a las francesas, realizar su gran sueño de invasión de Inglaterra. 

El plan fracasó al inclinarse la balanza a favor de Inglaterra con la victoria de su escuadra en Trafalgar (1805). 

Para España supuso perder la condición de potencia naval que, hasta entonces, se le reconocía. 

Napoleón, no obstante, prosiguió en lucha con Inglaterra y decidió aplicar el llamado bloqueo continental (1806) por el que se prohibía el comercio del continente europeo con Inglaterra. 

Se pretendía provocar la ruina de la industria inglesa, la crisis social y, con ello, la rendición final. 

Para ocupar Portugal, fiel a la alianza inglesa, Napoleón firmó con España el tratado de Fontainebleau (1807), por el que se autorizaba al ejército francés a atravesar España camino de Portugal. 

En pocos días, las tropas francesas acabaron con la resistencia portuguesa y tomaron Lisboa. 

Mientras, las disensiones en el seno de la familia real eran conocidas y Napoleón supo sacarle partido a esta situación para colocar en el trono español un monarca de su familia. 

El príncipe de Asturias, Fernando, que odiaba al favorito Godoy, y miembros de la nobleza y el clero promovieron un golpe palaciego, el motín de Aranjuez (marzo de 1808), que provocó la caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII. 

Así se inauguraba el reinado de Fernando VII, pronto interrumpido por la invasión napoleónica. 

La crisis de 1808

Carlos IV, un rey débil de carácter, inepto para gobernar y que abandona el poder en manos de su valido. 

Si a esto unimos un contexto internacional extremadamente convulso con la Revolución Francesa y el régimen de Napoleón entenderemos el momento delicado por el que pasa España. 

En cuanto al gobierno efectivo del reino encontramos desde noviembre de 1792 a Manuel Godoy, que acapara un poder sin límites. 

Él fue el artífice de una política de aproximación a Francia a través de diversos tratados que tendrán nefastas consecuencias, entre otras, al enfrentamiento con Inglaterra, enemigo irreconciliable de Napoleón (recordemos la derrota de la flota hispanofrancesa en Trafalgar en 1805).

El motín de Aranjuez y la caída de Godoy

Victorioso Napoleón en el continente (triunfo sobre Austria y Prusia), éste decidió quitarse la espina inglesa a través del decreto de bloqueo continental (noviembre de 1806) por el que se prohibía todo comercio del continente europeo con Inglaterra para cerrar todas las costas europeas al comercio inglés y provocar la ruina de la industria inglesa y con ello llevar la miseria al país. 

Para hacer efectivo el bloqueo en Portugal, aliado de Inglaterra, Napoleón firmó con España el tratado de Fontainebleau (octubre de 1807), por el que se autorizaba al ejército francés a atravesar España camino de Portugal. 

A su vez, se incorporaba un tratado secreto de partición de Portugal, una parte sería para Francia, otra para España y una tercera sería un principado personal para Godoy. 

En pocos días, las tropas francesas acabaron con la resistencia portuguesa. 

Mientras, otras fuerzas se apoderaban de Barcelona, Pamplona y otras plazas bajo el pretexto de defender a España de un desembarco inglés. 

La situación interior de España era favorable a los planes de Napoleón. 

En efecto, la oposición a Godoy, a cuya cabeza estaba el mismo príncipe de Asturias, Fernando, integrada por importantes miembros de la nobleza y del clero, preparó un golpe palaciego, el motín de Aranjuez, entre el 17 y el 19 de marzo 1808, que provocó la caída de Godoy mientras Carlos IV abdicaba en su hijo Fernando.

Las abdicaciones de Bayona

La caída de Godoy y de Carlos IV y la elevación al trono de Fernando VII agravaron la crisis de la monarquía española. 

Esto favoreció los planes de Napoleón que logró atraer a la familia real a la localidad francesa de Bayona, entre los días 21 de abril y 10 de mayo de 1808. 

Allí, Napoleón obtuvo las abdicaciones de los monarcas, Carlos IV y Fernando VII, renunciando a sus derechos a la corona española. 

Napoleón decidió entonces entregar el reino de España a su hermano José I, lo que desembocaría en la oposición del pueblo español y en el inicio de la Guerra de la Independencia (1808–1813) iniciada con el levantamiento del pueblo de Madrid el 2 de mayo de 1808, secundado por el resto del país.

El levantamiento contra los franceses

El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid, irritado por la conducta de los franceses, estalló en cólera y surgió el choque con el ejército francés. 

La lucha tuvo carácter popular. 

En efecto, las guarniciones militares en Madrid tenían la orden de no intervenir contra los franceses; solo algunos oficiales, como los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde desobedecieron las órdenes y se unieron a la rebelión. 

El ejército francés, al mando del general Murat, lugarteniente de Napoleón en España, con un ejército de 30.000 hombres reprimió duramente el levantamiento popular, con un saldo de cientos de muertos: en la noche del 2 al 3 de mayo un centenar de prisioneros eran fusilados, inmortalizados por Goya, en la montaña de Príncipe Pío y en la Moncloa. 

Frente a la actitud de la Junta de Gobierno, que dejó Fernando VII antes de dirigirse a Bayona, que abogaba por colaborar con las tropas francesas, la reacción popular fue muy distinta. 

La renuncia de Fernando VII, a quien el pueblo llamó “el Deseado”, se interpretó como impuesta por la fuerza. La rebelión se extendía por todas las ciudades del país.

Poder oficial y poder popular. La monarquía de José I Bonaparte

Mientras, la Junta de Gobierno y el Consejo de Castilla venían acatando las órdenes que provenían de Francia y recibieron al nuevo rey José I Bonaparte. 

Napoleón quiso presentarse como el regenerador del pueblo español. 

Para dar más fuerza a su proyecto convocó en Bayona a un centenar de eclesiásticos, nobles, militares y otras personalidades con la intención de elaborar una constitución, que nunca estuvo vigente, y que desembocó en la aprobación del Estatuto de Bayona, en realidad una carta otorgada, puesto que no fue realizada libremente por los representantes de la nación. 

El rey llegó a Madrid en julio de 1808. 

Fue un monarca impopular, cuya personalidad se alejaba de la imagen que sobre él dieron los patriotas españoles, denominándole “Pepe botella” o “el rey de copas”. 

Contó con el apoyo de los viejos ilustrados que creían sinceramente en las reformas pero que fueron tachados de afrancesados por las clases populares opuestas al rey. 

La mayoría del país no reconoció a las autoridades oficiales y sólo vieron como rey a Fernando VII, pero como estaba ausente, en su nombre surgirán juntas Juntas Locales y luego Provinciales. 

Más tarde, para organizar la resistencia y dar un gobierno central al país, constituyeron, mediante el envío de dos representantes de cada una, una Junta Suprema Central. 

Primero residió en Aranjuez, luego, ante el avance francés, se retiró a Sevilla y, por último, a Cádiz, donde terminó disolviéndose (enero de 1810) pasando el poder a un Consejo de Regencia. 

La Guerra de la Independencia

La primera fase: los éxitos iniciales (junio-noviembre de 1808)

La guerra se desarrolló en tres fases. 

La primera de ellas, o de los éxitos iniciales españoles, tiene lugar entre los meses de junio y noviembre del año 1808, tras el fracaso del levantamiento de Madrid. 

En este período los soldados franceses se emplearon en sofocar los alzamientos urbanos que se habían extendido por las ciudades más importantes del país. 

En el mes de junio tuvo lugar el primer sitio de Zaragoza, cuya posesión era fundamental para controlar la importante vía de comunicación del valle del Ebro. 

El hecho más destacado de esta primera fase de la guerra fue, no obstante, la batalla de Bailén, donde un ejército francés dirigido por el general Dupont fue derrotado el 19 de julio por un ejército español improvisado por algunas juntas provinciales de Andalucía, y de manera destacada por la de Sevilla, comandado por el general Castaños. 

La derrota de Bailén tuvo una doble repercusión: estratégica y propagandística.

Por primera vez era derrotado un ejército napoleónico en campo abierto. çSus consecuencias fueron importantes: José I abandonó Madrid, donde acababa de llegar, con los pocos afrancesados que habían abrazado su causa y las tropas francesas se retiraron al norte del Ebro. 

Napoleón, para vengar esta derrota, decidió entrar personalmente en España, al frente de un poderoso ejército: la Grande Armée.

La segunda fase: el apogeo francés (noviembre de 1808-primavera de 1812)

Esta segunda fase, por tanto, viene determinada por la reacción francesa ante la derrota de Bailén y por las consecuencias que de ello se derivaron. 

El emperador francés, que había subestimado en principio la capacidad de resistencia española, al frente de la Grande Armée entra en España en noviembre de 1808. 

En diciembre toma Madrid, donde vuelve a colocar a su hermano. 

Napoleón abandonaba España dejando un fuerte ejército bajo la dirección del general Soult. 

En el otro extremo peninsular, Zaragoza, cae en poder de los franceses cuando era prácticamente un montón de ruinas (febrero de 1809). 

Tras otro largo sitio, también caía Gerona (diciembre de 1809). 

Antes, en noviembre, el ejército español era derrotado en la batalla de Ocaña por el rey José, abriéndose a los franceses las puertas de Sierra Morena y el dominio de Andalucía, que es ocupada (enero–febrero de 1810), menos Cádiz que, abastecida desde el mar por los ingleses, quedó libre toda la Guerra, de lo que se derivaron unas consecuencias trascendentales para la historia de España: la elaboración allí de la primera constitución española. 

Un hecho decisivo en esta fase de la guerra fue la acción de los guerrilleros que supieron aplicar una guerra de desgaste, con la que se minaba la moral de las tropas francesas y se les impedía el control efectivo del territorio. 

Los guerrilleros eran hombres del pueblo que se agrupaban en bandas o guerrillas de algunos centenares de combatientes. 

Hostilizaban a los destacamentos franceses, desorganizando su retaguardia y causándoles todas las bajas posibles. 

Conocían el terreno y contaban con la complicidad de las poblaciones, de las que obtenían víveres o información, permitiéndoles burlar la persecución de fuerzas muy superiores. 

Entre los jefes de guerrillas destacan el navarro Francisco Espoz y Mina, el cura Merino y Juan Martín Díaz “el Empecinado” y otros muchos, cuya aportación al éxito final de la guerra fue muy valiosa. 

La tercera y última fase de la guerra: la ofensiva final anglo-española (primavera de 1812-agosto de 1813)

Las consecuencias de la guerra. La tercera y última fase de la guerra se inició en la primavera de 1812, cuando Napoleón se vio obligado a retirar de España una parte muy importante de sus tropas para engrosar la Grande Armée que se preparaba para la invasión de Rusia. 

El debilitamiento de las tropas francesas fue aprovechado por las tropas anglo-portuguesas y españolas del duque de Wellington. 

Militar prudente y experimentado, dirigía al ejército inglés que había desembarcado en Lisboa en 1809. 

En 1811, Wellington iniciaba una nueva ofensiva desde Lisboa, permitiéndole recuperar Ciudad Rodrigo (enero de 1812) y Badajoz (abril de 1812). 

También Wellington triunfaba en Los Arapiles (Salamanca, julio de 1812). 

El desastre de Rusia aceleró la derrota francesa. Napoleón retiró más hombres para asegurar la defensa de Francia. 

Las tropas francesas en España, en consecuencia, iniciaron el repliegue hacia su país, mientras Wellington emprendía la ofensiva final. 

En la batalla de Vitoria (junio de 1813) eran derrotados los franceses y José I se vio obligado a cruzar la frontera. 

Todavía se mantenía Soult ocupando San Sebastián y Pamplona, pero derrotado en la batalla de San Marcial (agosto de 1813) tuvo también que pasar a Francia. 

En diciembre de 1813 Napoleón firmaba el tratado de Valençay, por el que Fernando VII era repuesto en el trono y ponía punto final a la guerra. 

Los efectos de la guerra fueron desastrosos para España. Se calcula que hubo medio millón de muertos, cifra considerable para un país que contaba, en 1808, con unos once millones de habitantes. 

Ciudades como Zaragoza, Gerona o San Sebastián quedaron arrasadas; en otras se destruyeron edificios y monumentos artísticos; una parte importante de las obras artísticas fueron robadas por los franceses. 

El comercio colonial cayó en picado. 

El anterior ritmo de crecimiento industrial se perdió, con máquinas y manufacturas destruidas. 

El campo quedó arrasado, con pérdida de cosechas y cabezas de ganado. 

Además, la Hacienda Pública quedó todavía más arruinada. 

Por último, la guerra afectó al proceso de independencia de la América española. 

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