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Historia de los Templarios [Parte 4]

El Templo de Salomón 

El rey de Jerusalén, Balduino, les concedió como alojamiento unos edificios situados en la antigua ubicación del Templo de Salomón. 

Bautizaron el lugar como alojamiento de San Juan. 

Había sido preciso desalojar a los canónigos del Santo Sepulcro que Godofredo de Bouillon había instalado primero allí. 

¿Por qué no se buscó otra morada para los templarios? ¿Qué necesidad imperiosa había para ofrecerles por albergue dicho lugar concreto? 

La razón, en cualquier caso, no tiene nada que ver con la policía de caminos.

El subsuelo estaba formado por lo que se conocía como las caballerizas de Salomón. 

El cruzado alemán Juan de Wurzburgo decía que eran tan grandes y maravillosas que se podía albergar en ellas a más de mil camellos y mil quinientos caballos. 

Sin embargo, se las destinó íntegramente para los nueve caballeros del Temple que se negaban en principio a reclutar a más gente. 

Las desescombraron y las utilizaron a partir de 1124, cuatro años antes de recibir su Regla y de dar comienzo a su expansión. 

Pero ¿únicamente las utilizaban como caballerizas o se practicaban en ellas discretamente excavaciones? Y, en tal caso, ¿qué estarían buscando? 

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Uno de los manuscritos del Mar Muerto encontrado en Qumran y descifrado en Manchester en 1955 citaba gran cantidad de oro y de vajilla sagrada que formaban veinticuatro montones enterrados bajo el Templo de Salomón. 

Pero en la época de los templarios, tales manuscritos dormían en el fondo de una cueva y, aun cuando podamos imaginar la existencia de una tradición oral a este respecto, cabe pensar que las búsquedas se enfocaron más bien hacia textos sagrados o hacia unos objetos rituales de primera importancia que hacían vulgares a los tesoros materiales. 

¿Qué pudieron encontrar en aquel lugar y, antes que nada, qué se sabe respecto a este Templo de Salomón del que tanto se habla? 

Al margen de las leyendas, muy poca cosa: ningún rastro identificable por los arqueólogos, sino básicamente unas tradiciones transmitidas a lo largo de los siglos y algunos pasajes de la Biblia. 

Fue sin duda edificado hacia el año 960 antes de Cristo, al menos en su forma primitiva. Salomón, que deseaba construir un templo a mayor gloria de Dios, había establecido unos acuerdos con el rey fenicio Hiram, que se había comprometido a proporcionarle madera (de cedro y de ciprés). 

Éste le enviaría también trabajadores especializados: canteros y carpinteros reclutados en Guebal, donde los propios egipcios tenían por costumbre reclutar a su mano de obra cualificada.

Pero cuando los templarios se instalaron en su emplazamiento, no quedaba ya del Templo más que un fragmento del Muro de las Lamentaciones y un magnífico pavimento casi intacto. 

En su lugar se alzaban dos mezquitas: Al-Aqsa y la mezquita de Omar. 

En la primera, la gran sala de oración fue dividida en habitaciones para servir de alojamiento a los templarios. 

Ellos añadieron nuevas construcciones: un refectorio, bodegas y silos.

El Arca de la Alianza 

Los templarios parecen haber hecho en esos lugares interesantes descubrimientos. 

Si bien la mayor parte de los objetos sagrados habían desaparecido en el momento de las diversas destrucciones, y principalmente durante el saqueo de Jerusalén por Tito, hubo uno que, aún habiéndose volatilizado, no parecía haber sido sacado de allí. 

Ahora bien, había sido para albergar dicho objeto por lo que Salomón hizo construir el Templo: el Arca de la Alianza que guardaba las Tablas de la Ley. 

Una tradición rabínica citada por Rabbí Mannaseh ben Israel (1604-1657) explica que Salomón habría hecho construir un escondrijo debajo del propio Templo, a fin de poner a buen recaudo el Arca en caso de peligro. 

Este Arca se presentaba bajo la forma de un cofre de madera de acacia de dos codos y medio de largo (1,10 m) por un codo y medio de ancho (66 cm), y otro tanto de alto. 

Tanto interior como exteriormente, las paredes estaban recubiertas de panes de oro. 

El cofre se abría por arriba mediante una tapa de oro macizo encima de la cual figuraban dos querubines de oro batido que estaban uno enfrente del otro, con las alas replegadas y tendidas la una hacia la otra.

Tenía unas anillas fijas, que permitían introducir unas barras –recubiertas también de oro– para transportar el Arca. 

Por último, sobre la tapa, entre los querubines, había una chapa de oro. 

Este kapporet estaba considerado por los judíos como el «trono de Yavé». 

Se hace referencia a él en el Éxodo, donde Yavé dice a Moisés: 

«Allí me revelaré a tí y desde lo alto del propiciatorio, del espacio comprendido entre los dos querubines». 

¿Qué quiere decir esto? 

No queda más remedio que clasificarlo dentro del misterioso epígrafe de los objetos llamados de culto cuya función nos es desconocida. 

Los querubines alados parecen sugerir unos «hombres voladores», unos «ángeles» intermediarios entre los hombres y los dioses. 

Como ya hemos dicho, no parece que el Arca hubiera sido robada con ocasión de alguno de los diferentes saqueos o por lo menos, de ser cierto, fue recuperada, según los textos. Su desaparición por medio de un robo habría dejado numerosos rastros, tanto en los textos como en la tradición oral. 

Louis Charpentier nos recuerda: 

«Cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén, no se hace ninguna mención al Arca entre el botín. Hizo quemar el Templo en 587 antes de Cristo». 

A Charpentier no le cabe ninguna duda acerca de ello: el Arca permaneció en su sitio, oculta bajo el Templo, y los templarios la descubrieron. 

Pensemos también en la construcción del Templo que Salomón confió al maestro Hiram. 

El arquitecto, según la leyenda, murió a manos de unos compañeros celosos a quienes había negado la divulgación de determinados secretos. 

Como consecuencia de la desaparición de Hiram, Salomón envió a nueve maestros en su busca. 

Nueve maestros, como los nueve primeros templarios, en busca del arquitecto de los secretos.

Satán prisionero 

Según el Apocalipsis de San Juan, desde que fuera derrotado y expulsado del cielo con los ángeles caídos, Satán está encadenado en los abismos. 

Ahora bien, afirma la tradición que este abismo tiene unas salidas y que éstas se hallan obturadas. 

Una de ellas se encontraría precisamente sellada por el Templo de Jerusalén. 

El alojamiento de los templarios habría estado así situado en un lugar de comunicación entre diferentes reinos, característica común con la del Arca de la Alianza. 

Era un punto de contacto tanto con el cielo como con los Infiernos: uno de esos lugares sagrados siempre ambivalentes, consagrados tanto al bien como al mal. 

En suma, un ámbito de comunicación ideal del que los templarios se habrían convertido en guardianes. Asimismo se cuenta que el Templo de Salomón había estado precedido en ese emplazamiento por un templo pagano consagrado a Poseidón. 

Ahora bien, se ignora a menudo que Poseidón no se convirtió en dios del mar más que tardíamente. 

Con anterioridad, tenía rango de Dios supremo y no fue sino con la llegada a Grecia de los indoeuropeos cuando Zeus se hizo con el liderazgo de las divinidades. 

Poseidón había sido, desde los tiempos de los pueblos pelasgos, el Dios creador, demiurgo que tenía un vínculo privilegiado con las aguas madres saladas. 

Era el gran sacudidor de las tierras, señor de las potencias telúricas y, en ciertos aspectos, próximo a Satán. 

Los templarios encargados de custodiar los lugares por los cuales Satán habría podido evadirse de la prisión que le fue atribuida en la noche de los tiempos es algo que le parecerá sin duda grotesco a más de uno, pero que sería conveniente resituar en las creencias de la época. 

Y luego, nunca se sabe… 

Tanto más cuanto que Salomón hizo también erigir unos santuarios para unas «divinidades extranjeras». 

Consagró en particular unos templos a Astarté, «la abominación de los sidonios» y a Milkom, «el horror de los amonitas». 

El «dios celoso» de Israel debió de sufrir por ello. 

¿No hacía con ello Salomón sino ceder a las presiones de sus numerosas concubinas extranjeras? 

Si actuó así para halagarlas, ¿qué no haría en recuerdo de la reina de Saba, cuyo reino podemos situar en Yemen? 

Los dioses del país de Balkis, en su mayor parte, olían fuertemente a azufre.

¿Qué encontraron en Palestina? 

En resumen, puede considerarse como una certeza casi absoluta el hecho de que Hugo de Payns y Hugo de Champaña descubrieron documentos importantes en Palestina entre 1104 y 1108. 

Estos hallazgos estuvieron sin duda en la base de la constitución del grupo de los nueve primeros templarios y deben ser vinculados a la decisión de darles por residencia el emplazamiento del Templo de Salomón. 

Allí, efectuaron sus excavaciones. 

No era cuestión, en esta fase, de aumentar sus efectivos, por obvias razones de secreto. 

Sus búsquedas debieron de llevarles a encontrar algo realmente importante, al menos a sus ojos. A partir de ese momento, la política de la orden cambió. 

¿Qué habían encontrado? ¿El Arca de la Alianza? ¿Una manera de comunicarse con potencias exteriores? ¿Un secreto concerniente a la utilización sagrada y, por así decirlo, mágica de la arquitectura? ¿La clave de un misterio ligado a la vida de Cristo o a su mensaje? ¿El Santo Grial? ¿El medio de reconocer los lugares donde la comunicación, tanto con el cielo como con los Infiernos, es facilitada, aún a riesgo de liberar a Satán o a Lucifer? 

Pero tales cuestiones, por más que no sean racionales, se plantean imperiosamente en el contexto de la época.

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