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Historia de los Templarios [Parte 3]

Hugo de Payns 

Todo es un misterio en los inicios de la Orden. 

El primer enigma, que no el más importante, es la personalidad de su fundador. 

Por lo general, se le conoce como Hugo de Payns. 

En efecto, generalmente se cree que había nacido en Payns, a un kilómetro de Troyes, en torno a 1080, en el seno de una noble familia emparentada con los condes de Champaña. 

Era señor de Montigny y habría sido incluso oficial de la Casa de Champaña, puesto que su firma figura en dos importantes actas del condado de Troyes. 

Por la familia de su madre, era primo de san Bernardo. 

El hermano de Hugues de Payns habría sido abad de Sainte-Colombe de Sens. 

Casado, Hugues habría tenido un hijo al que algunos autores hacen abad de Sainte-Colombe, en lugar de su hermano. 


En resumidas cuentas, sabemos muy pocas cosas de este caballero. 

Se han propuesto otras hipótesis en cuanto a los orígenes de la familia. 

Se le han encontrado, entre otros, antepasados italianos en Mondovi y en Nápoles. 

Para algunos su nombre real habría sido Hugo de Pinós y habría que buscar su origen en España, en Bagá, en la provincia de Barcelona, lo cual estaría documentado por un manuscrito del siglo XVIII conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid. 

Fundación de la orden

También la fundación de la orden comporta muchas zonas oscuras. 

Remitámonos en primer lugar a la versión oficial tal como la transmiten los cronistas de la época. 

«Algunos caballeros, amados de Dios y dedicados a su servicio, renunciaron al mundo y se consagraron a Cristo. Mediante solemnes votos pronunciados ante el patriarca de Jerusalén se comprometieron a defender a los peregrinos contra los ladrones, a proteger los caminos y a servir de caballería al Señor de los Ejércitos. Observaron la pobreza, la castidad y la obediencia. Al comienzo no fueron más que nueve quienes tomaron tan santa decisión, y durante nueve años sirvieron con hábitos seglares y se vistieron con lo que los fieles les daban de limosna. El rey, sus caballeros y el señor patriarca se sintieron llenos de compasión por aquellos nobles hombres que lo habían abandonado todo por Cristo, y les concedieron algunas propiedades y beneficios para subvenir a sus necesidades, y para las almas de los donantes. Y porque no tenían iglesia ni morada que les perteneciera, el rey les dio albergue en su palacio, cerca del Templo del Señor. El abad y los canónigos regulares del Templo les dieron, para las necesidades de su servicio, un terreno no lejos de palacio, y por dicha razón se les llamó más tarde templarios». 

Pero ¿acaso no eran muy pocos nueve caballeros para guardar los caminos de Tierra Santa? 

Cabe imaginar, sin duda, que cada uno de ellos debía de contar con algunos hombres, pajes de armas o escuderos. 

Esto era algo muy habitual aun cuando no se hiciera mención de ello. 

Lo que no quita que los comienzos fueron muy modestos y que los primeros templarios no debieron de poder desempeñar la misión a la que se suponía se habían consagrado. Prácticamente desprovistos de medios, no podían hacer gran cosa. 

La lógica hubiera querido que tratasen de reclutar más hombres a fin de cumplir mejor su misión. 

Y sin embargo, no hicieron nada de eso. 

Evitaron cuidadosamente, durante los primeros años, que su pequeña tropa aumentara. 

Todo ello es algo que no se sostiene y el papel de policía de caminos se revela, en tales condiciones, como una mera tapadera para enmascarar otra misión que debía permanecer secreta. 

Hugo de Champaña y la Orden del Temple

Tal vez gracias a la llegada de Hugo de Champaña comprendamos un poco mejor lo que sucedió. 

En 1104, tras haber reunido a algunos grandes señores, uno de los cuales estaba en estrecha relación con el futuro templario André de Montbard, Hugo de Champaña partió para Tierra Santa. 

Tras volver rápidamente (en 1108), había de regresar en 1114 para tomar el camino de vuelta a Europa en 1115, y hacer donación a san Bernardo de una tierra en la que éste mandó construir la abadía de Clairvaux. 

En cualquier caso, a partir de 1108, Hugo había mantenido importantes contactos con el abad de Citeaux: Étienne Harding. 

Ahora bien, a partir de dicha época, aunque los cistercienses no fueron habitualmente considerados como hombres consagrados al estudio –al contrario que los benedictinos–, he aquí que se pusieron a estudiar minuciosamente algunos textos sagrados hebraicos. Étienne Harding pidió incluso la ayuda de sabios rabinos de la Alta Borgoña. 

¿Qué razón había para generar un entusiasmo tan repentino por los textos hebraicos? 

¿Qué revelación se suponía que aportaban tales documentos para que Étienne Harding pusiera de esta manera a sus monjes manos a la obra con la ayuda de sabios judíos? 

En este contexto, la segunda estancia de Hugo de Champaña en Palestina pudiera interpretarse como un viaje de verificación (cabe imaginar que unos documentos encontrados en Jerusalén o en los alrededores fueron traídos a Francia). 

Tras ser traducidos e interpretados, Hugo habría ido entonces ya en busca de una información complementaria, a comprobar el fundamento de las interpretaciones y la validación de los textos. 

Bernardo de Claraval

Por otra parte, sabemos el importante papel que había de desempeñar san Bernardo, protegido de Hugo de Champaña, en la política de Occidente y en el desarrollo de la Orden del Temple. 

Le escribió a Hugo, respecto a su voluntad de permanecer en Palestina: 

«Si, por la causa de Dios, has pasado de ser conde a ser caballero, y de ser rico a ser pobre, te felicitamos por tu progreso como es justo, y glorificamos a Dios en ti, sabiendo que éste es un cambio en beneficio del Señor. Por lo demás, confieso que no nos es fácil vernos privados de tu alegre presencia por no sé qué justicia de Dios, a menos que de vez en cuando gocemos del privilegio de verte, si ello es posible. Lo que deseamos sobre todas las cosas». 

Esta carta del santo cisterciense nos demuestra hasta qué punto los protagonistas de esta historia están vinculados entre sí y por lo tanto son capaces de conservar el secreto en el cual trabajan. 

Además, el propio san Bernardo está él mismo muy interesado en algunos antiguos textos sagrados hebraicos. 

En cualquier caso, parece que Hugo hubiera considerado las revelaciones lo suficientemente importantes como para justificar su instalación en Palestina. 

Entró en la Orden del Temple y no abandonó ya Tierra Santa, donde murió en 1130. 

¿Quién querrá hacernos creer que repudió a su mujer y lo abandonó todo simplemente para guardar caminos con gentes que no querían que nadie les prestara ayuda? 

Habría que ser verdaderamente ingenuo, por más que se considere que la fe puede ser motivo de muchas renuncias. 

¿No se trataba más bien de ayudar a los templarios en la verdadera tarea que les había sido confiada y que Hugo de Champaña tenía buenas razones para conocer? 

La Orden del Temple no fue creada oficialmente hasta 1118, es decir, veintitrés años después de la primera cruzada, pero no fue hasta 1128, el 17 de enero, cuando la orden recibió su aprobación definitiva y canónica por medio de la confirmación de la Regla.

Cabe pensar que los documentos verosímilmente traídos de Palestina por Hugo de Champaña (que los había descubierto sin duda en compañía de Hugo de Payns) no dejaban de tener relación con el emplazamiento que posteriormente fue asignado como alojamiento de los templarios.

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